martes, 25 de agosto de 2009

Confeciones de un sicario 3

No puedo explicar el dibujo de una ciudad que ofrece tanta muerte pero hace lo posible para que todo el mundo se sienta vivo. Así que no hablamos de eso pero de alguna forma lo discutimos con nuestro silencio. Por un momento, los dos intentamos regresar a ser las personas que éramos antes de todas las muertes, de la tortura, del miedo. Él quiere vivir sin el poder que tiene sobre la vida y la muerte, y duda si puede lograrlo sin el dinero. Yo quiero borrar mi memoria, habitar un mundo en el que no sepa nada de sicarios y pueda pensar en la cena y no en los cadáveres frescos que decoran las calles. Hemos seguido caminos diferentes que llevan a la misma plaza, y ahora nos sentamos y hablamos e imaginamos cómo regresar a casa.

Yo crucé el río hace como 20 años —no recuerdo la fecha con exactitud porque aún no sé qué significa cruzar la frontera, excepto que ya nunca regresas. Sólo sé que la crucé y ahora naufrago en una costa distante. Es como matar. “Háblame de tu primer asesinato”, le pregunto, y me dice que no lo recuerda, y yo sé que no está diciendo la verdad pero que tampoco miente. Algunas veces simplemente no puedes alcanzarlo. Abres ese cajón, tu mano se paraliza y simplemente no puedes alcanzarlo. Está frente a ti pero aún así no lo alcanzas, así que dices que no te acuerdas.

Tiene una pluma verde y una libreta. Tiene páginas impresas de internet, sobre todo de mí. Ha pasado 10 horas investigándome, dice. Como tantos peregrinos, está buscando un testigo, alguien que pueda entender su vida. Decidió que conmigo sería suficiente. Ahora está relajado. Antes, su cuerpo estaba encorvado, sus hombros amenazantes, y esas manos entrenadas y talentosas… Traía puesta una gorra que escondía su pelo y sonreía de vez en cuando.

Ahora es alguien diferente, un hombre que ríe, su cuerpo casi fluye, sus ojos ya no son dos carbones negros, ahora están radiantes y bailan mientras habla.

“No somos monstruos” explica. “Tenemos educación, sentimientos. Yo podía dejar de torturar a alguien, ir a cenar con mi familia y regresar. Desconectas ciertas partes de tu mente. Es un trabajo, sigues órdenes”.

Durante algún tiempo su pasado estuvo muerto para él, lo desconectó. Pero ahora está de regreso. Piensa que Dios me envió para que otros conozcan su historia.Como todos, quiere que su vida tenga un significado, y yo debo escribirlo y mostrárselo al mundo. Debe tener cuidado, por supuesto. Cuando abandonó esa vida hace dos años, la organización le puso precio a su cabeza: 250 mil dólares. No sabe si la cifra ha aumentado, pero no cree que haya disminuido. Por ahora, sabe que Dios lo protege a él y a su familia, pero aún así debe cuidarse.

“Ya no hago cosas malas”, dice, “pero no puedo dejar de ser precavido. Es un hábito. Así me siento seguro. Ya me han matado dos veces, ¿sabías?”.

Se levanta la camisa y me enseña las cicatrices de dos ráfagas de AK-47 que recibió en distintos momentos.

“Estuve en coma durante un tiempo”, prosigue. “Pesaba 130 kilos cuando llegué al hospital, a un narcohospital, y salí pesando 60”.

Había sido un error. La organización pensó que había filtrado datos sobre el asesinato de un columnista, pero resultó que el informante era el mismo al que le habían pagado para intervenir los teléfonos. Así que lo mataron y luego “se disculparon conmigo y me pagaron un mes de vacaciones en Mazatlán que incluía mujeres, droga y alcohol. Tenía como 24 años”.

Le da un sorbo a su café. Está listo para empezar.

Recuerda que cuando le pregunté sobre su primer muerto me dijo que no se acordaba porque en esa época se metía mucha droga y bebía mucho. Es mentira. Se acuerda muy bien.

“La primera persona que maté… Bueno, éramos policías estatales y estábamos patrullando”, dice. “Le hablaron a mi compañero al celular y le dijeron que el hombre que buscábamos estaba en un centro comercial. Así que fuimos ahí, lo agarramos y lo metimos en el coche”.

Otros dos sujetos entran en el coche, identifican al objetivo y se van. Son los que están pagando para matarlo.

Él y su compañero utilizan el código policiaco para homicidio: cuando alguien usa el número 39, quiere decir que hay que matar a la persona.

El tipo al que levantan había perdido 10 kilos de coca; la droga pertenecía a los otros dos.

Su pareja conduce, mientras él se pasa a la parte de atrás con la víctima.

La presa asegura que le dio la droga a otra persona. En ese momento su compañero dice “39” y él lo mata al instante.

“Era algo automático”, explica. Manejan durante horas con el cuerpo mientras beben. Finalmente, se dirigen a un parque industrial, levantan una coladera y arrojan el cadáver por la cloaca. Por este trabajo le pagaron 30 gramos de coca, una botella de whisky y mil dólares.

“Me dijeron que había pasado la prueba. Tenía 18 años”.

Se registra en un hotel y se mete coca y alcohol durante cuatro días.

“A la policía no le importaba si estabas borracho. Si querías que nadie te molestara le dabas cien pesos al cuidador y nadie te llamaba”.

Después de su bautizo, se mete al negocio del secuestro y entra en un mundo nuevo. Pronto empieza a viajar por todo el país. Trabaja para la policía pero cuando le asignan una misión simplemente pide licencia.

En algunos de los secuestros en los que participa sólo importa el dinero del rescate. Pero cientos más tienen un propósito distinto.

“Te decían, ‘Levanta a ese tipo. Perdió 200 kilos de mariguana y no los pagó’. Yo lo levantaba en mi carro de policía y lo aventaba en alguna casa de seguridad. Horas después, alguien me llamaba porque había que deshacerse del cuerpo”.

“Así fue el inicio de mi carrera después de pasar aquel examen. Durante unos tres años viajé por todo México. Una vez hasta fui a Quintana Roo. Siempre andaba en un carro oficial de la policía. A veces íbamos en avión pero casi siempre manejábamos. Para pasar los retenes militares enseñábamos un documento oficial que aseguraba que estábamos transportando a un prisionero. El documento tenía un número de expediente falso”.

Es el guía de un México alternativo, un lugar donde los ciudadanos son llevados de casa de seguridad en casa de seguridad sin dejar huella para las agencias y los jueces. Cuando él llegaba a algún lugar, la víctima ya había sido secuestrada. Él simplemente la recogía para transportarla.

Controlarlos era fácil porque estaban aterrorizados.

“Cuando ellos veían que era un carro oficial yo les decía: ‘No se preocupen, todo va a salir bien. Van a regresar con su familia. Pero si no cooperan, los vamos a drogar y a meter en la cajuela, y no les aseguro que lleguen al final del viaje’ ”.

El combustible del viaje es la coca. Él y su compañero siempre se visten bien para ese tipo de trabajos —la organización les da cinco o seis trajes nuevos cada tanto. No tienen residencia fija pero viven en varias casas de seguridad donde les dan comida y drogas. Pero no mujeres. Porque esto es estrictamente un negocio.

Casi no hacen labor policial; trabajan de tiempo completo para los narcos. Ese fue su verdadero hogar durante 20 años, en un segundo México que oficialmente no existe pero que cohabita sin cortapisas con el gobierno. En sus múltiples viajes para amordazar, torturar y matar, nunca ha sido interceptado por las autoridades. Él es parte del gobierno, de la policía, y tiene a ocho agentes bajo su mando. Pero su verdadero jefe es la organización, él asume que es el Cártel de Juárez, aunque nunca pregunta porque sabe que las preguntas pueden ser mortales. Le dieron un sueldo, una casa y un coche. Y prestigio.

Calcula que el 85 por ciento de la policía trabaja para la organización. Pero incluso en un día soleado apenas reconocería a alguien del cártel que lo emplea. Forma parte de una célula, por encima de él hay un jefe, y arriba del jefe una zona llena de poder que no visita ni conoce. Estima también que de cada cien personas que transporta, dos recuperan su vida. El resto muere. Despacio, muy despacio.

En cada casa de seguridad puede haber entre cinco y 15 víctimas. Están vendados todo el tiempo, y si por alguna razón se les cae la venda, los matan. A veces los sientan en una silla frente a la televisión, los destapan por un instante y les muestran videos de sus hijos en la escuela, de sus esposas comprando, de la familia en la iglesia. Les muestran el mundo que han dejado atrás y les hacen saber que si el dinero no llega ese mundo desaparecerá, será destruido. Los vecinos nunca se quejan de las casas de seguridad. Ven que están rodeadas por carros de policía y se quedan callados.

Puede que las víctimas tengan un millón de dólares, pero para cuando termina el trabajo ya les quitaron todo, su fortuna entera, y tal vez, sólo tal vez, dejan que la mujer se quede con la casa y el coche. Hay gente que vive secuestrada dos o tres años. Después de darles de comer, los golpean, así empiezan a asociar la comida con el dolor. Muy de vez en cuando llega la orden de soltar a un prisionero. Los llevan vendados a algún parque y les dicen que cuenten hasta 50 antes de quitarse la venda. Incluso en ese instante de libertad lloran, porque no pueden creer que los van a soltar, sino que los van a matar.

“A veces”, dice “le quitaban la venda a los que llevaban meses secuestrados para que limpiaran la casa de seguridad. Después de un tiempo, creían que eran parte de la organización y se identificaban con los guardias que los golpeaban. Componían canciones sobre sus días ahí, y nos hablaban de todas las cosas buenas que nos darían cuando los soltáramos. A veces, después de golpearlos mucho, les mandábamos videos a sus familias en los que rogaban, desesperados: ‘Denles todo’. Y de pronto llegaba la orden y los matábamos”.

El pago siempre se hacía en una ciudad diferente de donde tenían al prisionero. Todo en la organización estaba estructurado. A veces pasaban semanas encerrados en una casa de seguridad sin hablarle al secuestrado, sin saber quién era. No importaba. Ellos eran productos y él un empleado siguiendo órdenes. Sin importar qué tanto pagaba la familia, la víctima casi siempre moría. Cuando le chupaban todo el dinero a la familia, el prisionero ya no tenía ningún valor. Y además podía traicionar a la organización. Así que su muerte era lógica e inevitable.

Detiene su relato. Quiere dejar claro que ahora él se parece a los prisioneros que torturó y mató. Está fuera de la organización, es un peligro para ella. “Cualquiera que ya no le sirve al jefe, se muere”.

Ahora es un hombre a la deriva recordando la época en que estaba fuertemente anclado al mundo.

“Quiero que quede claro”, dice, “que yo sentía cosas cuando estaba en las casas de tortura, viendo a la gente tirada en el piso, encharcada en su propio vómito y sangre. No me dejaban ayudarlos”.

Dice esto tranquilo. Resalta su faceta humana y al mismo tiempo explica cuán profesional era a la hora de secuestrar, torturar y matar. Dice que ahora le temen porque cree en Dios. Luego dice que podría atinarle a un blanco a 700 metros con su AK-47. Practicaba mucho en las bases militares y las academias de policía. Podía entrar con su placa.

El trabajo, insiste, no es para amateurs. Por ejemplo la tortura: tienes que saber hasta dónde llegar. Incluso si al final vas a matar al tipo, tienes que actuar con cuidado para sacarle toda la información que necesitas.

“Tienen tanto miedo”, explica, “que generalmente cooperan mucho. A veces, cuando se dan cuenta de lo que les va a pasar, se ponen agresivos. Entonces les quitas los zapatos, les empapas la ropa, y les conectas un cable en cada pie durante 15 segundos. Así entienden que tú mandas y que les vas a sacar toda la información. No los puedes golpear mucho porque entonces se vuelven inmunes al dolor. He visto gente a la que golpean tanto que puedes arrancarle las uñas con pinzas sin que se inmuten”.

“Los esposas por la espalda, los sientas frente a un foco de 100 watts y les haces preguntas sobre su trabajo, el número y la edad de sus hijos, todo lo que ya sabes porque ya lo investigaste. Cada vez que mienten les das una descarga. Una vez que saben que no pueden mentir, empiezas con las preguntas serias —cuántos cargamentos han movido al otro lado, para quién trabajan, por qué no le pagan al jefe”.

CONTINUARÁ...

lunes, 24 de agosto de 2009

Confeciones de un asesino 2

Le pregunto cómo se convirtió en asesino.

Sonríe y me responde: “Me creció el brazo”. Después agarra una hoja de papel, dibuja cinco líneas verticales, y escribe con tinta negra: “INFANCIA, POLICÍA, NARCO, DIOS”. Las cuatro fases de su vida. Luego comienza a tachar las palabras hasta que no queda nada en la hoja salvo un bloque de tinta.

No puede dejar rastros. No puede renunciar a los hábitos de toda una vida. Trato de agarrar la hoja pero me la arrebata. Y se ríe. Creo que de ambos.

“Cuando creía en el Señor”, dice “huía de los muertos”.

“Mi infancia fue normal”, insiste. No va a tolerar la explicación facilona de que es producto del abuso.

“Éramos muy pobres, estábamos muy necesitados”, continúa. “Llegamos del sur a la frontera, para sobrevivir. Mi gente se metió a la maquila. Yo fui a la escuela. Mi padre no me maltrataba. Mi padre trabajaba, era un hombre trabajador. Entraba a las seis de la tarde y salía a las seis de la mañana, seis días a la semana. El resto del tiempo dormía. Mi madre hacía las veces de madre y padre. Limpiaba casas en El Paso tres veces a la semana. Había que alimentar a 12 niños”.

Se calla para ver si entiendo. No quiere ser una víctima, ni de la pobreza ni de sus padres. Se hizo asesino porque es una manera de vivir, no por algún trauma. Sus ojos son limpios e inteligentes. Y fríos.

“Una vez”, recuerda, “mi padre me llevó a mí y a tres de mis hermanos al circo. Llevamos nuestro chili y nuestras galletas para no gastar. Ese fue el día más feliz de mi vida. Y la única vez que mi padre me llevó a algún lado”.

Pero ahora vamos a hablar de la época en que trabajó para el diablo.

Está en la prepa cuando la policía estatal lo recluta junto con algunos de sus amigos. Reciben 50 dólares por pasar coches por el puente de El Paso; luego los estacionan y se van. Nunca saben qué hay en los coches y nunca preguntan. Después de la entrega los llevan a un motel donde siempre hay mujeres y coca disponibles.Deja la escuela porque no tiene dinero. Y luego la policía echa mano de su grupo de amigos que ha movido droga para ellos en El Paso y los manda a la academia de policía. En su caso, como sólo tiene 17 años, el alcalde de Juárez interviene para que pueda entrar.

“Nos pagaban 150 dólares a la semana como cadetes”, dice, “pero de El Paso nos mandaban un bono de mil dólares mensuales. Todos los días había droga y alcohol para armar fiestas en la academia. Los fines de semana sobornábamos a los guardias para ir a El Paso. A mí me mandaron a la escuela del FBI; me enseñaron a detectar armas, drogas y vehículos robados. El entrenamiento fue muy bueno”.

Después de la graduación, ningún departamento lo quería porque era demasiado joven. Pero los agentes estadunidenses insistieron en que le dieran un buen rango. Y se lo dieron.

“Tenía a ocho personas bajo mi mando”, continúa. “Dos eran buenos y honestos. Los otros seis andaban metidos en drogas y secuestros”.

Hay dos unidades de la policía del estado en Juárez especializadas en secuestro, y la suya era una de ellas. La comisión oficial para ambas era detener los secuestros. Pero, en realidad, una unidad secuestra a la persona y se la da a la otra para que la mate, procedimiento más rápido que el de cuidarla mientras esperan el rescate. A veces fingían descubrir el cuerpo días después del secuestro.

Así era el Juárez disciplinado que alguna vez conoció. Después, en julio de 1997, muere Amado Carrillo Fuentes, líder del Cártel de Juárez. Eso fue un “terremoto”. El orden se derrumbó. Los pagos a la policía del estado provenientes de una cuenta en Estados Unidos se terminaron. Y cada unidad tuvo que arreglárselas por sí sola.

“No tengo una idea clara de cómo y cuándo me convertí en sicario”, afirma. “Al principio, levantaba gente y se la entregaba a los asesinos. Y luego mi brazo comenzó a crecer porque estrangulaba gente. Podía ganar 20 mil dólares por un asesinato”.

Antes de la muerte de Carrillo, no era fácil meter coca en Juárez porque “si abrías un kilo, te mataban”. Así que él y su tropa cruzaban el puente hacia El Paso para hacer negocios. Para ese momento controla a una banda de secuestradores y asesinos, trabaja para un cártel que almacena toneladas de cocaína en bodegas clandestinas en Juárez, y tiene que entrar a Estados Unidos para conseguir las suyas.

Eso cambió después de la muerte de Carrillo. Le entró duro a la coca, las anfetaminas y el alcohol; podía estar despierto una semana. También fue en esa época cuando adquirió sus habilidades: estrangulamiento, asesinato con cuchillo y pistola, acribillamiento de coche a coche, tortura, secuestro, y desaparición de personas, a las que simplemente enterraba en un hoyo.

Menciona el caso de Víctor Manuel Oropeza, un doctor que escribió una columna para un periódico. En ella relacionaba a la policía con el narco. Fue acuchillado en su oficina en 1991.

“La gente que lo mató fue la que me entrenó. Los sicarios no nacen, se hacen”.

Él se convirtió en un hombre nuevo en un mundo nuevo.

A ojos del gobierno estadunidense, la industria de la droga en México está muy organizada, los cárteles están estructurados como corporaciones que realizan juntas de trabajo periódicamente. Pero a ras de tierra, con los sicarios, no hay estructura que valga. Él mata por todo México, trabaja para varios grupos, pero nunca sabe cómo están conectadas las cosas, nunca conoce en persona a los jefes y nunca hace preguntas. Así, recorre los múltiples puestos fronterizos de su imperio subterráneo, pero lo hace sin mapas ni directorios. Pertenece a una célula y sólo puede traicionar al puñado de gente de su célula. Nunca sabrá bien a bien qué cártel le paga.

Me habla de un jefe —un lugarteniente de Vicente Carrillo Fuentes que actualmente encabeza el Cártel de Juárez—, “un hombre lleno de odio, un hombre que odia incluso a su propia familia. Podría cortar a un bebé en frente de su padre para hacerlo hablar”.

Dice que ese hombre es una bestia. Ahora divaga, está regresando a un tiempo y un lugar que ya abandonó, el coto de caza en el que masacraba y derrochaba cinco mil dólares en una tarde. Recuerda cuando unos fuereños trataron de llegar a Juárez para apoderarse de la plaza, de la frontera. Al principio, la organización los mataba y los colgaba de cabeza. Después, durante un tiempo, les hacían el nudo de corbata colombiano: la garganta cortada, la lengua pendiendo por la raja. Luego hubo una avalancha de “collares”: el cuerpo quemado era encontrado con un remate carbonizado en lugar de la cabeza, los hilos metálicos de las llantas abrazaban a los cadáveres como aros ennegrecidos.

Ha vivido como un dios que destruye mundos. La habitación está inmóvil, demasiado quieta, la televisión es un ojo en blanco, el beige de las paredes lo anestesia todo, el ventilador da vueltas. Sus brazos descansan en la mesa de madera. Todo se siente sólido, todo está tranquilo.

Pero su cara refleja miedo. No miedo de mí sino de algo que ninguno de los dos puede definir, una máquina de muerte sin conductor a la vista. No existe un cuartel del que se tenga que escapar, no existe ningún jefe del que deba cuidarse. Alguien dio luz verde y ahora cualquiera que conozca el contrato puede matarlo y reclamar el dinero. El nombre de su asesino es legión.

Puede esconderse, pero eso sólo compra un poco de tiempo, y si comete un error grave acabará muerto. Sus cazadores pueden ser pacientes. Es como un billete de lotería que un día alguien cobrará. La máquina de matar corre desbocada por las calles, las armas listas, siempre en el camino, sin dirección, merodeando al azar en busca de sangre fresca. El día llega y se va, y matan a 10. O más. Ya nadie es capaz de llevar la cuenta, además, algunos cuerpos simplemente desaparecen y es imposible rastrearlos.

Me mira.

“Quiero hablar de Dios”, dice.

“Llegaremos a esa parte”, le respondo.

Él es el asesino y no sabe quién está a cargo, así como, por lo general, no sabía la razón por la cual mataba a sus víctimas. Morirá. Alguien lo matará. Y nadie se dará cuenta.

Ningún lugar es seguro, lo sabe. Una familia estadunidense debía dinero de un negocio, así que secuestraron a uno de sus hijos de 14 años y a un amigo y los trajeron para acá. Un tipo los mató con una botella rota y luego se bebió un vaso de su sangre. Sabe cosas así por lo que ha hecho. Sabe que cruzar la frontera es fácil porque lo ha hecho muchas veces. Sabe que los cateos y los registros son una burla porque ha entrado y salido con armas. Sabe que todo ha sido penetrado, que no se puede confiar en nada, ni siquiera en la solidez de la mesa de madera.

Las ásperas fogatas que alumbran las chozas de los pobres, el olor acre de pólvora quemada que desprende un cartucho gastado, una olla vieja con aceite donde hierve un cerdo que se convierte en carnitas, las caravanas de autos marchando en la noche, los vidrios polarizados, la procesión va y viene y tú miras pero no observas porque si ellos se detienen, aunque sea por un instante, te levantan y te llevan a la muerte que aguarda, los agujeros que cavan cada mañana en la tierra sucia del camposanto, las tumbas como un acertijo y una promesa enorme, bocas hambrientas a la espera de los muertos de la mañana, de la tarde y de la noche, cuatro personas se sientan afuera de su casa al anochecer, la balas ladran, dos mueren poco después de la descarga, y los otros dos son recogidos por la familia, que los lleva de hospital en hospital y a casas oscuras porque nadie los quiere curar. Los asesinos tienen manera de seguir a su presa hasta la sala de Urgencias para terminar el trabajo.

Tiene los brazos apoyados en la mesa mientras esas bocanadas de Juárez nos acarician la cara, pero no hablamos de ello.

CONTINUARÁ...

Confecion de un Asesino cd. Juarez.

Hola si alguien lee esto espero no arruinar su lunes con esta nota que encontre en la pagina de ya ni la chingan que a su vez es una colaboración de un articulo periodistico bien aqui les dejo la mismo tal cual esta para que se den los honores aquien merece y no se tome como algo de mi creacion.

Saludos banda, aqui estamos otra vez.Me encontre con el siguiente articulo y considero que puede ser interesante dada la situacion actual por la que atraviesa nuestro pais y en especial el estado de Chihuahua. Hoy por hoy, el estado de Chihuahua ocupa el cuarto lugar en homicidios, solo por debajo de El Salvador, Sudafrica y Venezuela.El texto es un tanto extenso, tal vez sea conveniente separarlo en varias partes. Espero que lo encuentren interesante.Saludos desde Bagdad Juarez, Chihuahua.Guillermo C (ZXXVII)

Confesiones de un asesino de Ciudad Juárez.

Formó parte del brazo ejecutor del narcotráfico en la frontera norte. Su itinerario puede resumirse así: “infancia, policía, narco, Dios”. En la habitación de un hotel, mientras huía de sus antiguos jefes, el asesino de 250 hombres le hizo al periodista Charles Bowden una relación estremecedora.

Monstruo.

Estoy listo para la historia de los que vieron su rostro antes de morir.

Mientras tomaba café e intentaba organizar las preguntas en mi cabeza, un reportero de nota roja fue ejecutado en Ciudad Juárez frente a su hija de ocho años; estaban sentados en el coche, calentando el motor. Esta mañana, manejando hacia acá, me rebasó un Toyota. Tenía una calcomanía en forma de corazón que rezaba “Amo el amor”. Yo intentaba recordar cómo había conseguido esta cita.

Me encontraba en una ciudad lejana. Un tipo me habló de un asesino a sueldo al que había escondido. Me dijo que al principio le daba miedo, pero que luego había descubierto que era muy útil. Limpiaba todo, cocinaba siempre, e incluso se hincaba para lustrarle los zapatos. “Le di asilo de favor”, explicó.

“Lo quiero”, contesté, “quiero escribir su historia”.

Por eso vine aquí.

El hombre al que espero ha dicho: “No me conoces. Nadie puede perdonarme por lo que he hecho”.

Se siente orgulloso de su trabajo. Los buenos asesinos dibujan un patrón muy preciso sobre la puerta del conductor. No rocían balas por todo el coche, no, trazan un dibujo que va de la puerta al pecho de la víctima. El reportero recién asesinado recibió una secuencia así: 10 balas de 9 mm. A su hija ni la rozaron.

Espero.

Me gustan las cosas bien hechas.

La primera llamada llega a las 9:00 y dice que debo esperar otra a las 10:05. Así que manejo 80 kilómetros y espero. La de las 10:05 me dice que aguante hasta las 11:30. La de las 11:30 no llega, así que espero y espero. En el local de al lado hay una tienda de juegos frecuentada por hombres que quieren dominar un mundo virtual. Adentro de la cafetería se respira una calma meticulosa, todo está limpio.

Estoy en un lugar seguro. No voy a decir el nombre de la ciudad, pero está lejos de Juárez y cerca del río. La llamada llega a mediodía.

Nos vemos en un estacionamiento, nuestros coches lado a lado como cuando se reúnen dos patrullas. Le paso unas fotografías. Él les echa un vistazo y me dice que vaya a una pizzería. Una vez ahí, dice que debemos encontrar un lugar tranquilo porque habla muy alto. Rentamos un cuarto de motel. Nada de esto puede ser arreglado previamente porque eso me permitiría tenderle una trampa.

Revisa las fotografías; son imágenes que nunca salieron en los periódicos. Clava su dedo en un tipo que está parado junto a un cuerpo semienterrado: “Esta fotografía puede costarte la vida”, dice.

Le muestro la foto de la mujer. Se ve hermosa, toda vestida de blanco y perfectamente maquillada. Le escurre sangre por la boca y la luz del amanecer acaricia su rostro. Esa imagen y yo tenemos una historia. En una ocasión estuve a punto de publicarla en una revista cuando mi editor recibió la llamada de un tipo aterrorizado, el hermano de la chica, que le preguntó: “¿Quieres que me maten? ¿Quieres que maten a toda mi familia?”. Recuerdo que el editor me llamó y me preguntó qué es lo que el tipo había querido decir. “Exactamente lo que dijo”, contesté.

Ahora el hombre ve a la mujer y me cuenta que era la novia del jefe de los sicarios de Juárez, y que los jefes del cártel pensaron que hablaba demasiado. No es que hubiese mencionado la ubicación de algún cargamento o algo por el estilo, simplemente hablaba demasiado. Así que le dijeron a su novio que la matara y eso hizo. Porque si no, él tendría que morir.

Pisamos terreno antiguo. La palabra sicario se remonta a la Palestina romana, cuando la secta judía de los Sicarii mataba a los romanos y a sus partidarios con una pequeña daga (sicae) que escondían entre sus ropas.

Se inclina hacia mí. “Vicente —el jefe del Cártel de Juárez— podría matarte si tan sólo pensara que estás hablando por ahí”.

Estas fotografías pueden costarte la vida. Las palabras pueden costarte la vida. Y todo esto sucederá, y morirás, y la oración jamás tendrá sujeto, será simplemente un objeto que se desploma muerto en el piso.

Siento como si estuviera cayendo en una especie de pozo, una zona oscura que rezumba por debajo de la ciudad, un lugar donde la realidad es más dura y los hechos absolutos. Pienso que he estado viviendo en un mundo fantástico de leyes, teorías y sucesos lógicos. Ahora estoy en un país donde matan a la gente por capricho, y donde una hermosa mujer aparece tirada, con sangre escurriendo de su boca y el cuerpo envuelto en una serie de explicaciones que, en realidad, no tienen nada que ver con lo que en verdad pasó.

He esperado este momento durante años. No es la primera vez que estoy con un asesino. En una ocasión anduve de fiesta con 200 tipos armados en un hotel de México durante cinco días seguidos. Pero ellos no estaban interesados en contarme sus crímenes. Él sí.

Nunca lo distinguiríamos. Su estatura es promedio; se viste como obrero, con botas de trabajo y gorra. Si estuviera parado junto a ti en un puesto de control, no podrías dar una descripción física cinco minutos después. No tiene nada que llame la atención. Nada.

Tiene dedos muy gruesos y manos muy grandes. Su cara no tiene expresión. Su voz es fuerte pero plana.Pasa inadvertido. Así es, en parte, como logra matar.

“Juárez es un cementerio. Yo he cavado la tumba de 250 cuerpos”, dice.

Asiento con la cabeza porque sé a qué se refiere. Los muertos, los 250 cuerpos, son detalles, gente que él ha desaparecido, enterrándola en agujeros mortales. La ciudad está tachonada de estas tumbas secretas. Apenas hoy, las autoridades encontraron un esqueleto. Gracias a la ropa podrida los expertos dedujeron que los huesos eran de un hombre de 25 años. Tan sólo uno de la legión de muertos escondidos en Juárez.

Por eso estoy aquí. He pasado 20 años de mi vida intentando llegar a este momento sin acabar en uno de esos agujeros. En esa fiesta de los 200 asesinos, un policía federal intentó matarme. El anfitrión lo detuvo, y yo seguí con mi deshilachada vida. Pero he llegado a este cuarto para sacar a la luz mis propios muertos, los miles de muertos que han llegado a mi escritorio durante mis guardias de reportero. He publicado dos libros sobre la carnicería de esa ciudad, he reporteado ahí desde 1995, cuando mataban en Juárez a 200 o 300 personas al año, hasta 2006, cuando fueron asesinadas mil 607. Esa es la cifra oficial —nadie lleva la cuenta de los levantados y desaparecidos. Yo soy prisionero de todas estas muertes.

Nos sentamos con un traductor en una mesa redonda de madera; las cortinas están cerradas.

“Todo lo que diga se queda en este cuarto”, advierte.

Asiento y sigo tomando notas.

Así empieza: nada puede salir del cuarto, aunque estoy tomando notas y a pesar de que sabe que voy a publicar lo que me cuente porque se lo aviso. Estamos entrando en un territorio que ninguno de los dos conoce. Yo no puedo repetir nunca lo que él me cuente aunque le digo que lo voy a hacer. Nada puede salir de este cuarto aunque él ve cómo escribo en una libreta negra. No sé su nombre ni puedo verificar nada de lo que me diga. Pero este asesino tiene pedigrí, se lo dio el hombre que nos puso en contacto: un hombre que alguna vez usó sus servicios, un ex miembro de un cártel y mando de la policía estatal al que ahora le debo un favor.

Me pide que le toque el tricep de su brazo derecho. Le cuelga como una llanta desinflada. “Ahora”, dice, “siente mi brazo izquierdo”. Nada le cuelga ahí.

Se pone de pie y me hace una llave china. Podría romperme el cuello como si fuera una rama.

Se vuelve a sentar.

Le pregunto cuánto cobraría por matarme.

Me tasa con una mirada tranquila y dice, “cinco mil dólares cuando mucho, probablemente menos. No tienes poder ni conexiones con el poder. Nadie me perseguiría si te matara”.

Estamos listos para empezar.

CONTINUARÁ...

jueves, 13 de agosto de 2009

Testamento Pito Perez

“Lego a la humanidad todo el caudal de mi amargura. Para los ricos sedientos de oro, dejo la mierda de mi vida. Para los pobres, por cobardes, mi desprecio, porque no se alzan y lo toman todo en un arranque de suprema justicia. ¡Miserables esclavos de una iglesia que les predica resignación y de un gobierno que les pide sumisión, sin darles nada a cambio!
No creí en nadie. No respete a nadie. ¿Por que? Porque nadie creyó en mi, porque nadie me respeto. Solamente los tontos y los enamorados se entregan sin condición.
Libertad, Igualdad, Fraternidad! ¡Que farsa más ridícula! A la libertad la asesinan todos los que ejercen algún mando; La igualdad la destruyen con el dinero, y la Fraternidad muere a manos de nuestro despiadado egoísmo.
Esclavo miserable, si todavía alientas alguna esperanza, no te pares a escuchar la voz de los apóstoles: su ideal es subir y permanecer en lo alto, aun aplastando tu cabeza. Sí Jesús no quiso renunciar a ser Dios, ¿que puedes esperar de los hombres?
¡Humanidad, te conozco; he sido una de tus víctimas! de niño, me robaste la escuela para que mis hermanos tuvieran profesión; de joven, me quitaste el amor, y en la edad madura, la fe y la confianza en mi mismo. ¡Hasta de mi nombre me despojaste para convertirlo en un apodo estrafalario y mezquino: Hilo Lacre!
Dije mis palabras, y otros las hicieron correr por suyas; hice algún bien, y otros recibieron el premio. No pocas veces sufrí castigo por delitos ajenos. Tuve amigos que me buscaron en sus días de hambre, y me desconocieron en sus horas de abundancia. cercaronme las gentes, como a un payaso,`para que les hiciera reír con el relato de mis aventura, ¡pero nunca enjugaron una sola de mis lagrimas!
¡Humanidad, yo te robe unas monedas; hice burla de ti, y mis vicios te escarnecieron. No me arrepiento, y al morir, quisiera tener fuerza para escupirte en la faz todo mi desprecio.
Fui Pito Pérez: ¡una sombra que paso sin comer, de cárcel en cárcel! Hilo Lacre: ¡un dolor hecho alegría de campanas! fui un borracho: ¡nadie! una verdad en pie: ¡Que locura! y caminando en la otra acera, enfrente de mi, paseo la Honestidad su decoro y la Cordura su prudencia. El pleito ha sido desigual, lo comprendo; pero del coraje de los humildes surgirá un día el terremoto, y entonces, no quedara piedra sobre piedra.
¡Humanidad pronto cobrare lo que me debes!…”

miércoles, 5 de agosto de 2009

Basta ya de limitar la cultura.

El siguiente texto fue tomado del blog de hazme el chingado favor el cual nos dice lo siguiente.


Que tal banda de hazmeelchingadofavor.com, el motivo de esta entrada lo motivo una plática con una amiga que ha participado desde hace tiempo con la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil de México, (ella) me proporciono su descontento con una noticia que publicaba el diario La Jornada, el texto inicial:


Al hospital, 60 niños “quemados” por el sol tras dar concierto para el titular de la SEP


En el artículo se pueden leer los detalles de lo que sucedió en ese concierto donde alrededor de 60 jóvenes resultaron afectados por la exposición al sol durante un periodo más o menos de 2 horas. A grandes rasgos, los muchachos fueron llevados a una presentación que no formaba parte del calendario oficial de conciertos de esta orquesta. Según se puede leer en el artículo, el sol se proyectaba en los reflectores y en las hojas de las partituras, cayendo directamente sobre los pequeños músicos y el director quienes realizaban la presentación. Al final de concierto algunos jóvenes comenzaron a sentirse mal, otros sintieron los síntomas hasta llegar al hotel y fueron llevados al hospital Dr. Luis Sánchez Bulnes para ser revisados de emergencia y según la misma publicación se presentaron “quemaduras de retina, córnea, y lesiones de primero y segundo grado en la piel”.


A raíz de esto como era de esperarse ya se politizó el asunto y ahora resulta que están pidiendo las cabezas (renuncias) de Enrique Barrios y Sergio Ramírez Cárdenas, ambos directores de la OSIM, por negligencia y por la programación de un concierto que no estaba agendado en el calendario oficial.


HAZME EL CHINGADO FAVOR! entiendo lo de los chavitos y todo el asunto donde resultaron lesionados lamentablemente, pero por favor estaban tocando en el D.F. una de las ciudades más contaminadas de todo el país, donde si no estas acostumbrado a factores ambientales tan diferentes como los de tu ciudad natal (recordemos que estos jóvenes son reunidos de todos los Estados de la República) se pueden presentar este tipo de problemas en la salud.


Si hay que señalar culpables yo creo que se debe apuntar hacia las personas encargadas de la logística del evento, que ni siquiera tuvieron la decencia de colocar una lona o mover el escenario de manera tal que no les afectara de forma directa el sol, de lo cual no son responsables ni Barrios ni mucho menos Ramírez Cárdenas ellos cumplieron con una petición de la SEP de realizar una presentación “extra” a su calendario, para analizar la posible inclusión de la OSIM en los festejos del Bicentenario, no es justo que por errores ajenos a ellos ahora se les quiera correr de las instituciones artísticas a las cuales han entregado gran parte de su vida y talento.


Además en Facebook hay un grupo para “Exigir la renuncia de Barrios y Ramírez Cárdenas”.
No sería en todo caso, exigir la renuncia de los idiotas encargados de la preparación de los eventos de gobierno y demás personas quienes organizan lo referente a este tipo de presentaciones?.



La verdad se está exagerando sobre este asunto, nos quejamos de la poca cultura artística del país, nos regocijamos con la Nacademia, el Hazme llorar de pena, de donde salen nuestros “verdaderos artistas”, pero cuando personas como Barrios y Ramírez Cárdenas cumplen con su trabajo, (trabajo) solicitado por la SEP, los crucifican en vida y los llaman ineptos, por favor alto a la desinformación en los diarios públicos y a dejarse llevar por las corrientes políticas que solo buscan colocar amigos ineptos y sin experiencia en este tipo de puestos a raíz de sucesos como estos, que se prestan a la confusión y movilización de masas enfurecidas que solo buscan alterar el orden.

Nota Completa: jornada.unam.mx
Así que nosotros decimos exigimos como siempre la cabeza de Inocentes o prestamos apoyo total y exijamos caigan los verdaderos culpables...

martes, 4 de agosto de 2009

No todo es como en la Tele.

Mientras que en la telera nos entretienen con la noticia de la nueve refinneria lacual solo vendra a darle en la mauser al medio habiente si esque llega a quedar en Hgo. lo cual cada maña pido a dios no suceda ya que lejos de beneficios y trabajo para el sindicato claro, dejaria sin empleo a varias personas hombres mujeres y niños los cuales en verdad lo necesitan y quienes aun vivimos del campo pero en fin eso es tema de otra conversacion ahora les dejo el motivo de mi indignacion y repudio hacia este nuestro sistema de gobierno...

“¿Tanto escándalo por una ‘María’?” Las y los comerciantes del mercado municipal de Cuautepec se enfurecieron y exigieron retractarse a la mujer que había hecho el comentario fascista: “Esa ‘María’ como usted la llama, es una niña de catorce años que puede ser su hija o la mía, y que fue salvajemente violada por cuatro brutos que andan libres, burlándose de ella y gozando de la impunidad que da el dinero”. La señora se cohibió, pidió disculpas y, visiblemente avergonzada, abandonó el espacio en donde algunos locatarios conversaban sobre la falta de justicia que hay en el caso de la hija de uno de sus compañeros.
Ya en esta columna, y en unos pocos medios estatales más, se ha hablado del caso de la niña indígena de catorce años, violada tumultuariamente en Cuautepec el pasado 28 de abril, cuanto cuatro hombres la violaron durante toda una noche en un local del mercado de aquel municipio, provocándole graves desgarramientos vaginales y anales, además del absoluto daño psicológico.
Actualmente, el proceso judicial está detenido y los violadores están libres, alardeando sobre sus abominables acciones y sobre la impunidad que da el influyentismo y las “palancas” que dicen tener con el alcalde de Cuautepec.
Hace tres meses los papás de la niña, con su muy limitado manejo del idioma español, lograron interponer una queja por la violación tumultuaria de su hijita. Nada ha pasado. Tal parece que las autoridades están de acuerdo con la señora del mercado que dijo “¿Tanto escándalo por una ‘María’?”, la diferencia es que aquella señora por lo menos se avergonzó de su dicho.
Esta pequeña ha cosechado la solidaridad de casi todas y todos los locatarios del mercado de Cuautepec, salvo de aquellos que son familiares de los violadores, quienes desde sus puestos le gritan “puta”, “piruja” y demás linduras.
Los padres del violador que se dice más “influyente”, inclusive han ofrecido a los padres de la niña cien mil pesos a cambio de retirar la demanda. Los humildes indígenas serranos, analfabetas, no hispanoparlantes, vendedores de hierbas y con seis hijos que mantener, han resistido valientemente con el anhelo de obtener justicia. “No voy a vender a mi hija”, ha dicho el padre.
Hace un año, el ex relator especial para los derechos humanos de los pueblos indígenas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Rodolfo Stavenhagen estuvo en Pachuca y dijo que las problemáticas de los pueblos indígenas del mundo, en especial de México, siguen sin ser resueltas, pues éstos son víctimas “de la violación sistemática de sus derechos humanos”, y que viven situaciones de discriminación, injusticia y enfrentan deficiencias en educación y menosprecio de su identidad cultural.
Parecería que Stavenhagen hablaba de este caso en específico, porque sus palabras corresponden tal cual a esta historia. Hace un año, las autoridades del estado lo invitaron a que impartiera la conferencia magistral Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas, dentro de las actividades del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, organizadas por la Secretaría de Educación Pública de Hidalgo. Ya estamos viendo el caso que hicieron a las palabras del ex relator.
La Ley Estatal de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, dice que en Hidalgo la violencia institucional son los actos u omisiones de las y los servidores públicos de cualquier orden de gobierno que discriminen o tengan como fin dilatar, obstaculizar o impedir el goce y ejercicio de los derechos humanos de las mujeres así como su acceso al disfrute de políticas públicas destinadas a prevenir, atender, investigar, sancionar y erradicar los diferentes tipos de violencia. (Cualquier parecido con la actuación del poder judicial hidalguense en el caso de esta niña, es mera casualidad)
Procurador José Alberto Rodríguez Calderón:
¿Sabe usted que desde hace solidaricasi tres meses están detenidos los dictámenes sobre lesiones y muestras químicas de esta niña indígena, por parte de la dirección de servicios periciales, a pesar de que el primer certificado médico realizado a la menor determina que la niña presenta lesiones graves? ¿Por qué esta demora? ¿Por qué permite usted la violencia institucional, prohibida por ley en nuestro estado?
¿Acaso la influencia de la que los cuatro violadores tanto presumen por las calles de Cuautepec, no sólo llega al alcalde de ese municipio, sino que tiene alcances hasta la procuraduría? Queda claro que esta menor no obtendrá justicia, que a las autoridades hidalguenses no les importa otra cosa que la refinería y todo lo demás carece de sentido.
Dra. Rocío Ruiz de la Barrera, secretaria de educación:
Esta niña no obtendrá justicia, pero una cosa buena ha llegado a su vida, luego de la tremenda violación que sufrió: Hoy, esta pequeña desea aprender a leer y a escribir. Es analfabeta porque ella, como cuatro de sus cinco hermanos, nunca ha pisado una escuela.
Con sus acciones, el poder judicial del estado nos demuestra que no vale la pena hacer tanto escándalo por una “María”, ojalá que por lo menos la Secretaría de Educación Pública de Hidalgo considere la posibilidad de atender el deseo de esta niña indígena, quien a sus catorce años sólo ha conocido la violencia.

Y "recuerden juntos lo podemos todo" hasta ultrajar a una pequeña talvez asi lo entendieron estos mequetrefes y aquel que los conozca o los vea manden los derechi a chin..... a su jefa.